París, 16 jul (EFE).- La gesta de los «bleus» cobró esplendor popular en París un día después de haberse hecho real en Moscú.
Los campeones del mundo comprobaron el fervor que ha provocado en Francia su logro en el Mundial, aplaudido por cientos de miles de personas en los Campos Elíseos camino del palacio presidencial.
Antes de recibir la felicitación del presidente, Emmanuel Macron, en nombre de toda la nación, fue una parte importante la que les aclamó, como 20 años antes hicieron con sus antecesores.
Los Griezmann, Mbappé y compañía recibieron el mismo baño de masas, en el mismo escenario que se llevaron en 1998 la tropa de Zidane y Desailly.
El nexo entre ambos equipos triunfantes fue Didier Deschamps, capitán entonces, seleccionador ahora, convertido en icono de una nación que gana, por encima de las formas, de un deporte en el que el fin, casi siempre, justifica los medios.
Signo de los tiempos que corren, en los que la seguridad ha cobrado un espacio cada día más importante, sobre todo en un país machacado por el terrorismo, el paseo en autobús descapotable lo hicieron los «bleus» de hoy alejados de los hinchas, separados por un impresionante despliegue policial, contraste con sus predecesores, que navegaron entre miles de personas que pudieron tocarles con sus propias manos.
Fue por ello un desfile deslucido, algo frío ante miles de personas que habían aguardado horas y horas bajo un sol de justicia para poder aclamar a sus héroes, sin importar el enorme retraso acumulado porque la fiesta nocturna en Rusia había acabado demasiado tarde.
No fue por ello menos impresionante para los «bleus», que perdían su vista desde lo alto del autobús y no dejaban de ver miles de caras felices, de banderas tricolores al viento, de escuchar voces que aclamaban sus nombres, que ensalzaban su logro.
La mitad del ancho de la avenida estaba tomada por la pasión de aficionados que no pararon de gritar, azuzados desde el autobús por los jugadores, vestidos con una camiseta especial para la ocasión, con dos estrellas, que no pararon de cantar y agitar las bufandas de la selección y a mostrar el trofeo logrado.
Las bengalas rojas, azules, blancas tiñeron de colorido el recorrido, igual que la patrulla de Francia, la formación de aviones de acrobacia del Ejército galo que dibujaron en los cielos la bandera francesa.
Fue un desfile más rápido de lo previsto, lo que dejó con las ganas de más a la gente, que tuvo que conformarse con una imagen lejana de los jugadores.
Copa en mano entró en el patio del Elíseo el capitán, Hugo Lloris, acompañado del seleccionador y del presidente de la Federación Francesa de Fútbol (FFF), Noel Le Graet.
Macron, que de costumbre recibe en la escalera a los invitados más importantes, descendió incluso al patio para abrazar, uno por uno, a los 23 futbolistas y a los miembros del cuerpo técnico, antes de que todos juntos posaran en las escaleras para la foto de familia que estuvo acompañada de cantos de los futbolistas, el último de ellos La Marsellesa.
Brigitte Macron insistió en tocar el bigote de Adil Rami, el único de los jugadores de campo que no ha disputado ni un minuto en el Mundial, pero cuyo mostacho se ha convertido en un talismán para el equipo, igual que 20 años atrás lo fue la calva del portero Fabien Barthez.
Luego llegaron a los jardines, donde el presidente y su mujer les habían preparado una recepción oficial con más de 3.000 invitados, un tercio de ellos jóvenes jugadores de clubes de formación de las ciudades de origen de los «bleus».
Macron les agradeció «haber traído la copa y despertar orgullo en la población».
«No cambiéis, porque este equipo es grande porque está unido. Y No olvidéis de donde venís. Venís de aquí», clamó el presidente señalando a los jóvenes.
Tomó el relevo Paul Pogba, que se enfundó el traje de «showman», cantó, hizo cantar a sus compañeros y animó la jornada hasta que los jugadores se retiraron a los salones privados con el presidente y su esposa.
La fiesta debía seguir luego en un hotel cercano, junto a la plaza de la Concordia, la segunda noche de celebración de unos «bleus» que ya tuvieron una anoche en su cuartel general de Istra, a las afueras de Moscú, el bucólico paraje en el que han sabido construir el triunfo aplaudido hoy por Francia.